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Prólogo

Un instante que se convierte en todo un momento

 

Tres años atrás

 

Una sonrisa ancha y sincera se extendió por sus labios.

Pocas cosas le gustaban más a Alana que compartir momentos con los suyos. Tenía la suerte de que, para ellos, cualquier excusa era buena para organizar una reunión y, dado que conformaban una familia muy numerosa, estas siempre eran sinónimo de risas, algún que otro llanto y demasiados churretes.

—Cariño, ¿me ayudas con la mesa? —preguntó su tía Alicia asomando la cabeza por la puerta corredera de la cocina.

—Claro —contestó ella con una sonrisa.

Girándose sobre los talones soltó el dinosaurio al lado de su hermano Guille, el pequeño terremoto de cuatro años que parecía la reencarnación del mismísimo Belcebú, y se agachó hasta quedar a su altura, esperando que le prestase atención.

—Tengo que ir con la tata. Pórtate bien, ¿vale?

—Vale.

—No despiertes a la peque —le advirtió, sabiendo que, tan pronto como se girase, el niño se acercaría al capazo del bebé y haría de las suyas.

Él asintió con una sonrisa angelical que para nada convenció a Alana y continuó con su juego apocalíptico sobre el césped.

—Ya estoy aquí —anunció al entrar en la estancia de la que emanaban numerosos olores, a cada cual más apetecible. Bendecía su suerte de tener una tía cocinera—. ¿Qué voy haciendo?

—Lleva esos platos al salón y, si ves a tu padre y a tu tío, diles que vayan al cobertizo a coger un par de sillas —murmuró, cuchara en mano, removiendo el contenido de una cazuela y dándole marcha a la batidora con la otra—. ¿Dónde están los abuelos? —Alzó la voz sobre el ruido eléctrico del aparato.

—Aún no han llegado.

—Qué bien, viniendo a mesa puesta —se quejó sin un atisbo de enfado—. De mayor quiero ser como ellos.

—No seas mentirosa, tata. Si nunca dejas que los demás nos encarguemos de la cocina. —Se rio Alana recogiendo lo que le había indicado para llevarlo a la mesa.

—Pues también es verdad.

Alicia le guiñó un ojo yjusto después volvió su cabeza haciendo volar su pelo rubio hacia lo que se cocinaba ante ella, por lo que dejó de prestarle atención.

Alana se marchó y, al acercarse por el pasillo hasta su destino, escuchó alboroto de voces. Divisó a Bruno, el mayor de sus hermanos. Como Alana era la primogénita, eso le daba la potestad suficiente para poder ordenarle que fuese al jardín a vigilar a los pequeños. Por supuesto, él se quejó, sin embargo, no le quedó más remedio que terminar claudicando cuando ella lo amenazó con contarle a sus padres lo del pájaro herido que tenía escondido en su dormitorio.

Las técnicas que había idoaprendiendo desde que, con cinco años, llegó el primer bebé a la casa paraponerlo todo patas arriba eran de envidiar. Eso, sumado a su carácter responsable y maduro, la convertían en la perfecta aliada para sus padres, que descargaban en ella un poco del peso diario que conferían ocho hijos en edades comprendidas entre los dieciocho años de Alana y los dos meses de Zahara.

La comida transcurrió tal y como era de esperar en una casa en la que se reunían más de una docena de personas: con mucho ruido y poco aburrimiento, no obstante, con lo que no contaba Alana era con el anuncio que su tía Alicia iba a hacerles.

—¡Estamos embarazados! —gritó emocionada, agarrando a su marido de la mano sin poder contener las lágrimas.

Todos la felicitaron, ella también lo hizo, aunque en su fuero interno se castigaba a sí misma por no compartir del todo ese momento de felicidad familiar. Su tía preferida, su madrina, la que le daba los mejores consejos, mediaba con su padre cuando lo necesitaba y se acercaba más a una amiga que a una figura de autoridad, iba a distanciarse de ella de forma irremediable y eso, a pesar de quetan solo era ley de vida, la ponía algo triste, a decir verdad.

No obstante, como en otras ocasiones,compuso una sonrisa e intentó por todos los medios que no se le notase el malestar.

—¿Cómo te salió el examen, cariño? —le preguntó su abuela en la sobremesa.

—Bien.

—Claro que bien —secundó su padre orgulloso pasándole un brazo por los hombros—. Mi pequeña es la mejor.

—Papá…

—¿Sabéis que ha mejorado mi marca en los cincuenta metros?

—Míralo, se le cae la baba. —Sonrió su tía burlándose con cariño—. ¿De qué era el examen? —le preguntó a ella.

—Sociología.

Alana se encontraba cursando el primer año de la carrera de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, habiendo pasado con bastante soltura las pruebas físicas ese mismo verano.

—¿Sigues negándote a usar mi coche ahora que estás buscando algún trabajillo? —le preguntó su abuelo—. Ya sabes que yo apenas lo utilizo y está a tu completa disposición.

—Suerte con eso, papá —le rebatió Estrella, la madre de Alana.

—A mí no me cuesta ningún esfuerzo llevarla, Antonio —añadió Fede, su padre.

—Gracias, abuelo, pero no hace falta, de verdad, tengo el monopatín.—Alana se acercó al hombre y le dio un cariñoso beso en la mejilla antes de despedirse de todos los demás—.Mañana tengo que madrugar.

—Ohh, no te vayas —se quejó su tía.

Alana contuvo la sonrisa cuando escuchó cómo su padre la amonestaba al intentar descarriar a su primogénita, y asintió dócil justo antes de cerrar la puerta a su espalda, cuando este le dijo que la esperaba a las siete.

El camino hasta su casa lo hizo en escasos minutos, su tía vivía bastante cerca de la vivienda familiar y, gracias a la soltura que tenía en aquel medio de transporte tan cómodo y poco contaminante, el trayecto le llevaba poco tiempo.

Sonrió cuando introdujo la llave en la cerradura de su recién estrenado apartamento y se sintió bien al saberse de alguna manera independizada, ya que, aunque tan solo una pared y una puerta con doble cerrojo la separaban de la casa de sus padres, aquellos eran sus dominios; los que un día fueron de su tía y que ella heredó al cumplir la mayoría de edad.

Se sentía orgullosa. Tuvo que luchar por aquel garaje reconvertido en minicasa, sin ir más lejos, estaba buscando un trabajo que la ayudase a pagar el alquiler que le habían impuesto sus progenitores. Su padre a veces parecía negarse a asumir que ya no era una niña y que debía dejarla volar, por lo que esa cláusula, la del alquiler,fue una de las trabas que intentaron ponerle para disuadirla.

Alana se mantuvo en sus trece y, al final, lo consiguió.

Mereció la pena rebelarse por una vez en su vida, pues en aquel momento era la dueña de su futuro y también era la primera de su grupo que vivía sola.

África y Alba, sus mejores amigas, aún no se podían creer su suerte.

Se mordió el labio inferior aguantando una sonrisa entusiasmada antes de poner la alarma en el teléfono y apagar la luz. Debía dormirse pronto, quería estar descansada cuando su padre llamase a lapuerta para salir a correr juntos como cada mañana.

Si algún día quería convertirse en su socia en el negocio de entrenamiento personal, debía demostrarle que, pese a su corta edad, podía confiar en ella.

 

 

 

 

 

A más de trescientoskilómetros de aquel lugar, sentado a una desvencijada mesa con sillas de madera que habían visto tiempos mejores, Hans bebía de un botellín observando el manto de estrellas que se desplegaba ante él.

No contó con recibir aquella sorpresa cuando esa misma tarde terminó de preparar la furgoneta, aunque, en aquel momento, se alegraba de que tanto Virginia como su marido Juan Carlos hubiesen llegado cargados de cerveza, una empanada de las que tan bien le salían a la mujer y multitud de consejos para ese viaje que estaba a punto de emprender.

Hans era un tipo al que no le gustaba asentarse en ningún lugar demasiado tiempo, el mundo se le quedaba pequeño y siempre buscaba nuevas experiencias que le aportasen la sensación de estar vivo de verdad.

Aquel había sido su proyecto los dos últimos años, desde que compró aquella destartalada furgoneta y poco a poco, con los ingresos esporádicos que le iban entrando de diversos trabajos, la fuearreglando y poniendo a punto para recorrer el mundo con ella.A pesar de que para él solo era necesario tener el depósito lleno, contar con su moto cargada en el remolque y con esas indescriptibles ganas de exprimir la vida; agradecía que Vir se hubiese molestado en dejarle llenos la despensa y el frigorífico de envases con comida preparada.

La mujer era lo más cercano a una madre que tenía desde hacía demasiado tiempo y la quería como tal, aunque ella solía quejarse, alegando que la abandonaba con más frecuencia de la que le gustaría y que cualquier día, al regresar, estaría tan vieja y decrépita que ni lo recordaría.

Aquello no eran más que tonterías, por supuesto. La mujer se encontraba en la cincuentena,pero, si la edad se medía por lavitalidad de espíritu, Virginia tan solo se podía considerar una chiquilla de trece años.

Con una sonrisa satisfecha, le dio un último trago a la cerveza antes de apoyar el envase en la mesa y observó la casa que se alzaba a su alrededor, la misma que jamás consideró como suya.

—Llegó la hora—murmuró mirando al cielo.

 

 

CAPÍTULO 1
Amistad

 

Quien tiene buenas amigas tiene buenos ataques de risa

 

 

Actualidad

 

Recibió el golpe de un champiñón en la frente y levantó la cabeza con brío.

El proyectil trazó un arco perfecto en el aire y,aunque ese detalle pasó desapercibido para Alana, que andaba concentrada en su manicura de colores, la sonrisa de África la delató.

—Ya te vale —se quejó repasando con sus dedos el lugar del impacto.

—Te dije que nada de verduras.

—Pero si no se notan —se defendió la dueña del apartamento.

—Y una mierda que no se notan —rebatió su amiga—. La semana que viene yo pido las pizzas, vosotras sois demasiado sensatas hasta para desmadraros encargando comida basura.

—Todos los domingos dices lo mismo y luego nos encasquetas a nosotras la tarea —bufó Alba, la tercera integrante del grupo, con todo el peso de la verdad a su favor.

—Hoy tenía una buena razón —se defendió—. Por fin me estaba dejando querer por el vecino de la rubia. —Señaló a Alana con la cabeza y su pelo de mechas lilas se movió gracioso con el gesto—. Como comprenderás, no pensaba parar antes de que me metiese mano.

Ambas amigas se miraron y negaron con la cabeza. África no tenía remedio, aun así,ellas la querían igual.

—Y que sepas que creo que tu padre me ha visto.

Alana la miró espantada.

—Estarás de coña.

—No. —Sonrió con docilidad—. De hecho, juraría que hasta me ha guiñado un ojo.

—¿Que te ha guiña…?

—¡Cállate, África! —la amonestó Alba interrumpiendo a una horrorizada Alana.

Alba solía ser la más sensata de sus dos mejores amigas y,aunque también había tenido una época en la que suspiraba embelesada cada vez que su padre iba a recogerla al colegio, ya hacía bastante tiempo que era consciente de cómo molestaba a Alana esa devoción física y la adulación que tenía que soportar de las demás chicas de clase hacia su padre, así que se abstenía de hacer comentarios.

Era obvio que a África se le olvidaba ese detalle. Continuamente, además.

—Por cierto, no cuentes conmigo para el jueves que viene —soltó la susodicha haciendo mención a la clase de pool dance a la que Alana la había arrastrado esa semana—. Aún me duele el cuerpo de la tortura a la que me sometiste llevándome a esa lección de cómo ser un putón verbenero refregándote con un palo. No me compensa ese horror para conseguir echar un polvo, amiga.

—Es que tienes una motivación equivocada —rebatió Alana divertida—. Vas pensando en unos objetivos que tú misma te has imaginado, cuando debes hacerlo por ti.

—Y por mí lo hago, para conseguir un buen meneo, y ya te digo yo que no me vuelvo a subir a la barra esa del demonio para parecer sexi, que por poco me parto la crisma y no lo cuento.—Alba contuvo una carcajada, y Alana puso los ojos en blanco.

»Tú no te rías, guapita —amonestó a Alba—. Algunas nos tenemos que buscar la vida como podemos porque no tenemos la suerte de tener un novio que nos adora y que nos tiene siempre entre algodones.

La aludida le sacó la lengua, y África le lanzó un nuevo proyectil alimenticio que esta esquivó con maestría.

—¿Al final vas a casa de los padres de Soto este verano?

Alba asintió.

—No sé cómo no te rebelas. Si con veintiún años ya estás veraneando con la familia política, ¿qué vas a dejar para cuando seáis dos carcamales? —cuestionó África.

—Casarnos. Tener hijos, un perro…

—¿Qué hemos hecho para merecer esta amiga tan aburrida, Alana?

—Eso suena a envidia cochina, ¿sabes?

—Oh, sí. Fíjate qué envidia te tengo que me pienso pegar todo el verano pasándome por la piedra a cualquier tío con el que me cruce mientras tú juegas al cinquillo con tu suegra.

—No seas mala —terció Alana terminando de enroscar la pata del bote de esmalte celeste—. Y yo sí que te tengo envidia, Alba. Me espera un verano movidito en el camping.

—No se puede ser tan responsable, chica. A veces hay que sublevarse contra el sistema. Somos demasiado jóvenes para malgastar el tiempo en trabajar, algo que ya haremos hasta aburrirnos cuando crezcamos.

—Como tu madre se canse de ti y de mantenerte te pone a limpiar pescado todo el verano. —Se rio Alba—. Y ya me gustaría ver cómo te pasas por la piedra a los lenguados y besugos de su pescadería, ya.

Alana y Alba se rieron mientras África les hacía un corte de mangas.

—Antes muerta.

—Ya visualizo el eslogan: «África: forense oceanográfica de día, putón verbenero de noche» —se cachondearon de ella.

En medio del estruendo de sus carcajadas no escucharon el sonido de la puerta y, para cuando se dieron cuenta, la cabeza de Bruno asomaba por el quicio de la entrada que conectaba la casa de sus padres con su apartamento.

—¿Qué te pasa? —preguntó su hermana mayor.

—Necesito que me guardes una cosa esta noche.

Lo miró con desconfianzaal mismo tiempo queél le mostraba lo que escondía.

—¿Otra vez?

—¡Qué mono! —exclamó África acercándose al chico y acariciando la cabeza del gatito de apenas dos meses que dormitaba en sus brazos.

—Mamá lo ha descubierto.

—Mañana tengo que trabajar, Bruno —se quejó Alana sabiendo que era en vano—. Espero que no me dé mucha lata.

—Es muy buena —contestó su hermano con las mejillas arreboladas a causa de la cercanía de África—. Te debo una.

—Una más —puntualizó su hermana, y el adolescente asintió solemne.

Para cuando el chico se marchó, las tres acariciaban y emitían sonidos ininteligibles dedicados al cachorro. Continuaron la reunión de cada domingo en voz baja una vez que el animal se hubo quedado dormido, arropado en un par de cojines del sofá. África y Alba se marcharon un rato después, poco antes de medianoche.

Alana se puso un pijama liviano que la ayudase a combatir el calor de esas noches de principio de agosto y se observó en el espejo. La mujer que se reflejaba era joven y enérgica, con una apariencia atlética e interesante. Su cabello rubio caía alrededor de su rostro acentuando sus ojos azules, su nariz tenía un tamaño muy proporcionado y sus labios, gruesos y definidos, lucían de manera habitual sonrosados.

En general, le agradaba lo que veía cuando se analizaba, tenía una estatura normal, un físico saludable y le gustaba el hoyuelo que se le formaba en la mejilla derecha al sonreír, aunque no creía que el resto del mundo la considerara una chica segura de sí misma y no entendía del todo el porqué.

A decir verdad, no tenía demasiados complejos con su físico y se sentía feliz de ser como era, pese a que a veces hubiese deseado no tener una cara con un aire tan dulce y angelical y sí una apariencia más sexi, como la que tenía su amiga África.

Encogiéndose de hombros, se giró y abrió la puerta que conectaba con la vivienda de sus padres sin saber si los encontraría aún levantados.

Sonrió al contemplar la escena que se desarrollaba en la cocina, donde su madre bebía de una copa de vino mientras su padre, con uno de los pies femeninos sobre su regazo, charlaba con ella y masajeaba su pantorrilla.

—Hola, pequeña —le dijo Fede al divisarla—. ¿Ya se han ido las chicas?

—Sí, mañana cubro a una compañera y tengo que ir a dormir pronto. No creo que vaya a correr, papá.

Se acercó hasta ellos, y su madre le pasó un brazo por la espalda, acariciándola con cariño.

—¿A qué hora acabas?

—A las cuatro —respondió la joven robándoles un fruto seco del platito sobre la encimera—. ¿Necesitarás ayuda por la tarde?

—No te preocupes —contestó Estrella—. Mañana solo tengo ocupada la mañana, así que yo me encargo de los niños.

Alana asintió y besó la mejilla de su progenitora para luego hacer lo propio con la de su padre.

—Me voy a la cama.

—Descansa, cielo.

—Te queremos —añadió Fede con cariño.

—Y yo —contestó ella justo antes de marcharse.

Alana los dejó solos y no fue testigo de cómo su padre le exponía a su esposa sus miedos, pues, desde hacía unos años, Fede temía que su hija cayera en los mismos errores que ellos habían cometido en sus primeros años de relación, no obstante, aquello era algo que, por supuesto, no podía controlar, ya que la vida tenía planes para su primogénita que ni él ni nadie podrían frenar.

Tan solo le quedaba ser testigo de ellos.

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