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CAPÍTULO 1
HOUSTON

 

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FEDE

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Nunca imaginé que el amor que nos unió se pudiera desvanecer, que todos mis miedos se irían haciendo realidad a medida que sentía que la perdía poco a poco, como arena escapándose entre mis dedos.

Durante los veinticinco años que hacía desde que nos instalamos en aquella casa, el dormitorio de la última planta había sido nuestro refugio. La luz que entraba por la ventana siempre me resultaba reconfortante y me transmitía la calma justa que necesitaba en días difíciles; sin embargo, la calidez pareció esfumarse esa tarde cuando cerré la puerta tras Estrella.

La observé caminar hasta quedarse de pie junto a la ventana, cruzada de brazos y mirando hacia afuera con una expresión distante en su precioso y redondeado rostro. Me recreé en cómo su pelo rubio brillaba bajo la luz del sol y en ese cuerpo que había sido el refugio de nuestros ocho hijos y que me seguía volviendo loco como el primer día.

Amaba a aquella mujer con toda mi alma desde los dieciséis años y tenía claro que no quería perderla; pero desde hacía semanas sentía que algo no iba bien, aunque no llegaba a comprender qué era lo que fallaba o cómo podía arreglarlo.

Lo único que sabía era que, conforme pasaban los días, ella se alejaba un poco más de mí.

—Cielo, ¿qué pasa? —le pregunté con cautela, tratando de mantener la calma al tiempo que me acercaba a ella.

Estrella se volvió y la tensión en el ambiente se hizo tan palpable que detuve mi avance. Nuestras miradas se cruzaron y el silencio se convirtió en un muro impenetrable entre nosotros.

Nos mantuvimos unos segundos así, tan solo observándonos.

—Déjame sola, Fede.

—No… —le rogué negando con la cabeza a la vez que fruncía el ceño—. Habla conmigo, por favor. Siempre hemos solucionado las cosas juntos.

—No hay nada que solucionar —contestó rehuyendo mis ojos.

Anduve los pocos pasos que me quedaban hasta alcanzarla y agarré su mano, lo que hizo que se girase hacia mí.

—¿He hecho algo que te haya molestado? —indagué bastante perdido—. ¿Es por lo de la clienta del otro día?

Ella resopló, cansada.

—No. Claro que no.

—Entonces, ¿qué es? —insistí—. Y no me digas que nada, porque ambos sabemos que no es verdad. Llevamos treinta años juntos y nos conocemos.

—Fede…

—Si no me dices qué te pasa, no podré ayudarte.

Giró del todo su cuerpo hacia mí y la forma en la que negó con la cabeza me encogió el estómago.

—De verdad, me gustaría estar sola —repitió y su barbilla comenzó a temblar. Apreté los puños con fuerza a cada lado de mi cuerpo cuando, con un gesto de su mano, detuvo mi intento de abrazo—. Por favor, Fede. Vete.

Quería gritarle que no. No quería irme de allí ni dejarla sola, no estaba dispuesto a que sufriera por cosas que ni siquiera conocía, porque siempre habíamos afrontado los problemas unidos.Sin embargo, ella no cedió, y temí decir o hacer algo de lo que luego me pudiese arrepentir.

—Está bien, solo prométeme que, si me necesitas, me llamarás.

Estrella tan solo asintió y, sin decir una palabra más, me giré y me dirigí hacia la puerta.

Deseé que me detuviese o pronunciase mi nombre; habría dado media vuelta y la habría rodeado conlos brazos, pero el silencio fue lo único que recibí mientras me alejaba y sentía cómo el abismo entre nosotros se hacía cada vez más grande.

—Te quiero —le dije, y, con la respiración contenida, abrí la puerta y salí.

Conforme bajaba, no dejé de pensar en los últimos días. Me pregunté si habría cometido algún error.No recordé nada que pudiera explicar la actitud de Estrella, a menos que, lo que pasó con una de mis clientas en el centro de entrenamiento y que le conté al llegar a casa esa misma tarde, en realidad la hubiera molestado.

No, no creía que fuera eso. No era la primera vez que recibía insinuaciones por parte de mujeres, e incluso de algún que otro hombre, y jamás le había dado mayor importancia. No tenía sentido que empezase a hacerlo ahora.

Estaba bastante perdido.

Una vez llegué al final de las escaleras, desbloqueé mi teléfono y abrí la conversación que tenía con mi hija mayor.

 

Fede

Pequeña, ¿puedes echarme una mano con tus hermanos y quedártelos hasta después de cenar?

 

Alana

Claro, papá. ¿Me los traes a casa?

 

Fede

No. Se han ido todos al centro comercial, excepto Bruno, que está en casa de África, y Fabiola, que se queda a dormir con unas amigas este fin de semana para celebrar su cumpleaños con ellas.

 

Alana

Vale, ahora les escribo y salgo con Hans a recogerlos. Nosotros nos encargamos. ¿Todo bien?

 

Fede

Sí, no te preocupes. Iré a ver a tu tía Alicia un rato, y mamá se quedará en casa descansando. Dile a Müller que le dejo las llaves de la furgoneta en la caja fuerte del gimnasio.

 

Alana

OK. Te quiero, papá.

 

Se me contrajo el gesto cuando fui consciente de cómo había echado en falta esas mismas palabras, pero en los labios de mi mujer.

 

Fede

Y yo a ti, pequeña. Gracias.

 

 

Realicé los siguientes movimientos en modo automático ycaminé los pocos metros que me separaban de la vivienda de mi cuñada.

Adriel, su marido, fue el que me abrió la puerta. Me dedicó un gesto de extrañeza, y yo solo pude encogerme de hombros.

—¡Cariño! —dijo él elevando la voz—. El primo de Thor te busca.

Contuve el amago de una sonrisa cuando él me miró con camaradería.

—No sabía que eras adivino.

—No me hace falta, tu cara lo dice todo, cuñado. —Me palmeó elhombro al entrar,y la figura de Alicia emergió del salón.

—¡Hola! —me saludó con efusividad para, un instante después, cambiar su gesto a uno más preocupado—. ¿Qué ha pasado? ¿Los niños están bien?

Asentí para tranquilizarla.

—Te lo he dicho —canturreó Adriel—. Se te nota en la mirada…

Puse los ojos en blanco sin dejar de sonreír.

—Muy gracioso —le contesté a la vez que Alicia me rodeaba la cintura en un abrazo cariñoso. Le besé lacoronilla y, al separarnos, le revolví el flequillo—. ¿Podemos hablar?

—Voy a jugar a la consola un rato con Aliel —la informó su marido.

—Vale, cariño. —La besó en los labios al pasar por su lado—. Te quiero.

—Y yo a ti, mi chica manzana.

La hermana de mi mujer me agarró de la mano y tiró de mí hasta la cocina, su lugar favorito de la casa y en el que siempre estaba enredada entre fogones y recetas. Aquella estancia olía de forma permanente a especias y a deliciosos platos caseros, y aquella vez no fue una excepción.

Preparó dos tazas de café caliente, y acepté la que me tendió con gratitud. Intenté no pensar en el hecho de que fueran más de las ocho de la tarde y de que la cafeína me tendría despierto hasta bien entrada la noche; en cambio, ella estaba acostumbrada a tomarlo y no la afectaba de la misma manera que al resto de los mortales.

Sorbí el líquido caliente y me encontré con su mirada llena de preocupación y afecto.

—Estrella y tú, ¿verdad? —me preguntó apoyándose en la encimera.

Asentí con solemnidad.

Alicia siempre había tenido un don para entender lo que pasaba por mi cabeza y aquello no hacía más que demostrarme que las cosas, por fortuna, no habían cambiado demasiado.

—Estamos pasando por un momento complicado —confesé—. No sé qué le ocurre, solosiento que algo ha cambiado.

—¿Le has preguntado a ella?

—Sí, y no quiere hablar. Dice que todo está bien, pero nada lo está. Hace varias semanas que la siento más distante y no sé qué hacer para recuperarla.

Alicia me ofreció una sonrisa comprensiva y se acercó a mí. Me miró a los ojos y pude ver los suyos brillantes por la emoción.

—Fede, todos los matrimonios pasan por altibajos. Sois la pareja más compenetrada y sana que he conocido jamás, aun así,es normal que después de tantos años juntos las cosas cambien y evolucionen.

Negué con la cabeza, ya que intuía algo más profundo detrás de aquella distancia que había surgido entre Estrella y yo.

—No es eso. Sé que hay algo que no me cuenta y que la tiene preocupada.

—«Algo», ¿como qué? —indagó—. No te referirás a una tercera persona, ¿verdad? Mi hermana sería incapaz de hacerte algo así, créeme. Hablé mucho de este tema con ella cuando Adriel y yo empezamos nuestra relación.

Me mordí ellabio inferior y solté el aire en forma de suspiro.

—No, no creo que sea eso, aunque reconozco que la idea ha pasado por mi mente. No sé, la siento diferente, distante. No todo el tiempo, claro; pero a ratos se pone a la defensiva, en otros momentos, le cambia el humor sin haber ocurrido nada o se echa a llorar sin motivo aparente.

Alicia me miró alzando lascejas.

—Y entre vosotros… Ya me entiendes.

La observé y sonreí al ver su azoramiento. Supe a qué se refería sin necesidad de ninguna aclaración.

—Vamos, enana. Tienes cuarenta y un años, ¿aún te da vergüenza hablar conmigo de sexo?

—Calla y responde, Federico —rebatió abochornada.

Solté una carcajada que alivió en parte mi carga.

—Sí, eso no ha cambiado. ¿Necesitas detalles?

Ella negó vehemente y terminó el contenido de su taza. Me resultó imposible no sonreír.

—A mí no me ha comentado nada, pero ahora que lo dices sí que la he notado un poco más callada estos últimos días. Puede que no sea nada, en realidad. —Fruncí el ceño,y ella se encogió de hombros—. Por experiencia te digo que a veces no se trata de que haya ocurrido algo en concreto, quizá solo se encuentre saturada o en el trabajo esté teniendo más estrés de la cuenta. Incluso puede que esté agobiada con todo lo que está pasando entre Bruno y África.Lo mismo es una mala racha.Eso no significa que el amor desaparezca así como así.

—No poder llegar a ella es frustrante —admití.

Se quedó absorta en sus pensamientos durante unos segundos, y yo permanecí en silencio. Pude ver el momento exacto en el que se le ocurrió algo, y no tardó en compartirlo conmigo.

—Oye, y ¿por qué no la sorprendes con algo diferente y romántico? Quizás así se abra a ti. Se me ocurre que podrías organizarle una cita en la casa del árbol. ¿Te ayudo a prepararlo?

—Enana…

—No pierdes nada por intentarlo —me alentó guiñándome un ojo, y pude ver en aquel gesto a la niña de diez años que me animó a cortejar a su esquiva hermana mayor.

Sonreí con nostalgia.

Su propuesta se quedó ahí, en el fondo de mi cerebro, pero esa pequeña semilla fue germinando en mí según la charla fue dando paso a otros temas más banales.

¿Y si llevaba razón?

¿Y si sorprenderla resultaba la clave para forzar la conexión y me ayudaba a poder llegar hasta ella?

En el fondo no parecía tan descabellado, ¿no?

Para cuando salí de su casa, un buen rato después, mi mente ya tenía trazado un plan para reconectar con mi esposa y recordarle lo importante que era para mí.

Solo me quedaba rezar para que funcionase.

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